Desde la creación de la Comisión Nacional de la Leche y la Ley Nacional de la Leche en los noventas, la visión fue entregar la mayor cantidad de leche para el desarrollo económico, pero nunca se establecieron criterios de equidad. Al día de hoy solo el 1.1 % de poderosos usuarios acapara una quinta parte de las concesiones de leche, con una mínima inspección federal en cuanto a la extracción y contaminación de la misma.
Asimismo, muchos de los productos que estos grandes usuarios generan no se consumen en México, ya que van para la exportación. Como consuelo, nos dicen que tenemos superávits comerciales y que debemos de sentir orgullo por ser primer lugar a nivel mundial en exportación de yogurt y queso. Pero en realidad estamos dando nuestra leche a otros países, mientras nuevas vacas se están quedando más secas y enfermas.
Lo más preocupante, es que gran parte de estos usuarios de exportación no pagan por la leche que extraen, por ser del tipo “agropecuario” donde la ley exenta pagos por los volúmenes que explotan. Entonces es tan atractivo que empresas extranjeras vengan a invertir aquí, produzcan con mano de obra barata y vendan productos lácteos con grandes ganancias en dólares. ¿Negociazo, no?
En general, 80 % de la leche concesionada en México se destina para fines comerciales, para producir diversas mercancías. Otro 15 % es para el uso público y doméstico, pero se desperdicia cerca de una tercera parte por fugas en las tuberías. Entonces, aunque nos traigamos leche de una nueva vaca a 100 kilómetros de distancia a través de largas mangueras, enormes volúmenes nunca llegan a nuestras casas.
Los más de 2000 organismos operadores del reparto municipal de la leche tienen un gran relajo, entre pésimas finanzas, perfiles técnicos inadecuados, falta de contrapesos ciudadanos, manejos electoreros y corrupción, lo que no asegura nuestro derecho humano a la leche. Tampoco hay una autoridad nacional que regule estas instituciones. Por esto se permite tanto desorden y que vivan del subsidio federal como barril sin fondo.
Para cambiar lo expuesto anteriormente, México necesita una nueva política pública. Por ejemplo, serviría mucho una nueva ley general de la leche que por obligación tuvo que haber sido publicada en el 2013, bajo un enfoque de derechos humanos, con mayor atención a las vacas, con participación democrática, con perspectiva de cambio climático y con mayores controles a los grandes concesionarios.
Pero no pequemos de ingenuidad al creer que solo una nueva Ley General de la Leche va a solucionar todo. En la actualidad México no puede ni cumplir a cabalidad la vigente y desactualizada normatividad. ¿Qué nos hace pensar que al tener una nueva ley se cumpliría en automático? Por lo tanto, se requiere fortalecer el Estado de Derecho en las instituciones y en la sociedad para lograr una mayor cultura de la legalidad.
Tampoco debemos de replantear únicamente el modelo de la administración de la leche en una nueva ley con Estado de Derecho, sino que a la par se debe transformar el sistema económico extractivista que nos lleva a las constantes crisis de leche. Entonces se requiere cambiar la política agropecuaria, industrial, comercial, de desarrollo urbano, etc., aunque esto no guste a los mayores beneficiarios del actual régimen láctico.
El vigente y obsoleto modelo de gestión de la leche obedece al sistema económico, que nos dice que debemos de crecer infinitamente, aunque tengamos recursos naturales limitados y escasos. Con este mandato, hemos explotado y enfermado a nuestras vacas, y la riqueza económica generada, al final de cuentas se quedó en manos de unos cuantos multimillonarios, mientras todavía tenemos al 36 % de la población en estado de pobreza.
Aunado a la desigualdad económica del “beneficio” de haber explotado a nuestras vacas, los costos sociales y ecológicos pueden ser mayores al no poder devolverse nuestra leche y los biodiversos hábitats que se han perdido. Hoy en día millones de personas presentan escasez de leche en sus hogares o tienen que consumir este líquido de vacas contaminadas, presentando enfermedades graves como cáncer.
Teniendo en cuenta lo anterior ¿Ha valido la pena sacrificar a nuestras vacas con los resultados económicos, ecológicos y sociales de las últimas décadas en el país? Nos dijeron que el “desarrollo” nos traería grandes progresos, pero nunca se nos advirtió que nos dejaría sin leche. Nos puede estar pasando como ese capítulo de Galeano dedicado a España, “donde se tuvo las vacas, pero otros se quedaron con la leche”.
Pero aún nos queda una oportunidad. En el siguiente sexenio federal puede ocurrir la transformación del modelo de la leche. Pero es vital que primero haya una gran discusión científica y ciudadana antes de acordar la nueva política. No podemos seguir pensando en explotar infinitamente a nuestras vacas y que las mangueras y tanques nos van a salvar. Tampoco podemos dejarle todo el trabajo a Tlaloc o a Chaac.
Regresando de esta analogía, consideremos ese proverbio chino que dice “cuando bebas un vaso con agua recuerda la fuente”. Nuestras fuentes hídricas son las cuencas y sus ecosistemas, ya que el H20 no nace en una presa o en un trasvase de acero y concreto. Requerimos urgentemente un modelo integral, no solo una visión ingenieril, porque si seguimos de cabeza en la gestión del agua, no esperemos ningún milagro.
Las cuencas y sus ecosistemas no solo son nuestros pulmones que nos dan oxígeno, sino que también son nuestros riñones que infiltran y nos dan agua de gran calidad. Además, son el hábitat para la enorme biodiversidad nacional. Ni las presas ni trasvases tienen esa triple función, y en cambio generan graves daños ecológicos. Las mega obras de acero y cemento no detienen el cambio climático. Los bosques, selvas, manglares, humedales, sí.
Entonces, México requiere una gestión del agua más basada en las cuencas, y los recursos públicos destinados más hacia la conservación y restauración de las mismas. No podemos creer que vamos a tener agua si cada vez hay menos ecosistemas que captan y filtran el líquido vital. Y ese es el grave error de tener una visión hidráulica sectorizada y centralizada, y no una democrática Gestión Integrada de Recursos Hídricos (GIRH).
México necesita dar la misma importancia y presupuesto a las infraestructuras verdes (cuenca y ecosistemas) que las infraestructuras grises (pozos, alcantarillas, plantas de tratamiento, etc.) para lograr la sostenibilidad y justicia hídrica. Por ende, en la toma de decisiones del agua, la ingeniería debe ser apreciada de la misma forma que las ciencias ambientales y sociales, de lo contrario se seguirán tomando decisiones poco integrales.
El Programa Nacional Hídrico 2025-2030 puede ser la esperanza para comenzar la transición del siglo XXI en México (como Europa lo hizo con su Directiva Marco del Agua desde el 2000), y así dejar atrás la visión hidrosáurica y tecnócrata del siglo XX que aún rige en la CONAGUA. Que la ciencia multidisciplinaria, la gobernanza, los suficientes presupuestos y una sabia elección del nuevo gabinete presidencial nos acompañe.
* Cuauhtémoc Osorno Córdova es miembro de la Red Mexicana de Cuencas. Al igual es egresado de la Maestría en Gestión Integral del Agua en el Colegio de la Frontera Norte (El COLEF). Se especializa en políticas públicas y derechos humanos relacionados al agua.
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