Uno de los principales retos es la fragmentación de la producción: existen alrededor de 16 mil unidades de producción lechera en el estado, muchas de ellas de pequeña escala, con infraestructura limitada y bajos niveles de tecnificación. Esta dispersión dificulta la estandarización de la calidad, encarece la logística y reduce las posibilidades de trazabilidad, factor cada vez más demandado por consumidores y mercados internacionales.

Además, el valor agregado sigue siendo una cuenta pendiente. Pese al volumen que genera, Jalisco exporta poco y no capitaliza plenamente el potencial de industrialización de la leche. Expertos señalan la necesidad de fortalecer los vínculos entre productores primarios y la industria transformadora, impulsar el desarrollo de derivados lácteos y fomentar el acceso a certificaciones de inocuidad y sostenibilidad.

El gobierno estatal ha desplegado estrategias para abordar estos desafíos, incluyendo apoyos para tecnificación, mejora genética, capacitación y financiamiento. También se promueve la integración de cadenas de valor regionales y la adopción de prácticas más sostenibles frente al cambio climático. Sin embargo, los resultados aún son dispares y requieren continuidad de políticas públicas.