La disminución de la producción lechera es un efecto bien documentado del estrés por frío si no se maneja adecuadamente. Las vacas lecheras utilizan una mayor cantidad de energía de su dieta para mantener la temperatura corporal en lugar de destinarla a la producción de leche. Esto obliga a los ganaderos a ajustar la dieta con suplementos energéticos y a mejorar la protección de los establos mediante techos y barreras cortaviento. El incremento en los costos operativos por la suplementación se suma a la pérdida por el menor volumen de producción, estrangulando la rentabilidad del negocio.

El sector cárnico también sufre las consecuencias del frío extremo. El estrés térmico puede llevar a un menor aumento de peso e incluso a problemas sanitarios en el ganado, afectando la calidad de la carne y retrasando los tiempos de engorda. Los productores de becerros son especialmente vulnerables, ya que las bajas temperaturas incrementan la mortalidad neonatal si no se proporciona el resguardo adecuado. La sanidad animal se convierte, por lo tanto, en una prioridad absoluta durante esta temporada.

Ante este panorama, los líderes ganaderos de Ahome han instado a los productores a implementar protocolos de prevención que incluyen el uso de cobertizos, la revisión constante de los sistemas de calefacción donde apliquen, y la provisión de agua tibia para evitar el gasto energético que implica beber agua helada. La protección del ganado no es solo una cuestión de bienestar animal, sino una estrategia de gestión de riesgos para minimizar las pérdidas económicas derivadas de los fenómenos meteorológicos extremos.