Mantener el queso alejado del moho e intentar que no se endurezca con el paso de los días es posible prescindiendo de este habitual recurso.

Uno de los productos por excelencia en las mesas durante las fechas navideñas es, sin duda, el queso. Este manjar lácteo puede obtenerse de la leche de distintos animales o, incluso, se puede producir con alimentos derivados para hacer un sucedáneo adaptado apto para que las personas veganas puedan consumirlo.

El problema que tiene es que, según la forma en la que se compre, muchas veces la pieza es excesivamente grande y sobra bastante cantidad. Llegado ese momento, en muchas casas se adopta la decisión de envolverlo en papel film y conservarlo para una nueva comida. Sin embargo, los expertos no recomiendan en absoluto esta opción.

El papel film provoca que el queso no desprenda su ‘sudor’ habitual y, por ello, termina saliendo un moho que hace el producto totalmente inservible para el consumo. Además, también favorece a que la pieza endurezca hasta tal punto que lo único que puedas hacer con el queso sea rallarlo o, directamente, tirarlo.

La solución a este problema es sencilla y depende del tipo de curación que tenga cada queso. Por ejemplo, los curados y semicurados deben estar envueltos en papel de horno, que hace un efecto similar al del papel film a nivel de conservación, pero a la vez permite esa respiración del producto. Los parmesanos también aceptan ser envueltos con un paño de algodón húmedo.

Otros quesos de origen italiano, como el stracchino o la robiola, deben ser colocados en recipientes de vidrio. De esta manera, la vida útil del queso podrá ampliarse y evitaremos encontrarnos con un queso podrido o más duro que una piedra cuando vayamos a echar mano de él para apagar un incendio en forma de cena improvisada.

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