Descubra la técnica de congelación diferenciada por tipo de queso que maximiza su conservación, minimizando la pérdida de sabor y textura.
La correcta conservación del queso es un desafío constante tanto para la industria láctea como para el consumidor, dado que se trata de un alimento vivo sensible a la humedad y la temperatura. Una técnica efectiva y a menudo subestimada para alargar la vida útil del queso es la congelación, siempre y cuando se aplique de manera adecuada al tipo de producto. Este método, respaldado por especialistas, es una herramienta poderosa para reducir el desperdicio alimentario y optimizar la gestión del inventario doméstico o profesional.
La clave para una congelación exitosa reside en diferenciar entre las pastas blandas y las pastas duras. Los quesos frescos y blandos, como la mozzarella o el queso de Burgos, con alto contenido de humedad, deben ser colocados en recipientes de cristal herméticos con el mínimo aire posible. Bajo estas condiciones, pueden mantenerse congelados hasta por dos meses sin un deterioro significativo en su textura y sabor. Es vital evitar la congelación de quesos muy cremosos o de cabra, ya que tienden a volverse arenosos al descongelarse.
Por otro lado, los quesos curados o de mayor contenido graso (pastas duras) requieren un protocolo distinto para su conservación a largo plazo. La recomendación es no congelarlos en piezas enteras, pues el proceso de descongelación puede volverlos quebradizos y alterar su estructura. La especialista Zapién sugiere cortarlos en porciones pequeñas o, idealmente, rallarlos antes de guardarlos en bolsas o recipientes bien sellados. Esta práctica permite extender su conservación hasta por siete meses en óptimo estado.
Más allá de la congelación, existen buenas prácticas esenciales para la conservación en refrigeración. El queso, al ser un producto sensible a absorber olores, debe guardarse en la nevera alejado de alimentos de olor penetrante, como cebollas o pescado. La temperatura estable es crucial; los quesos curados se benefician de las zonas menos frías del refrigerador, mientras que el queso fresco requiere la parte más fría. El uso de papel encerado o papel de horno es preferible al film de plástico para permitir la transpiración sin desecar la pieza.
En conclusión, la cadena de valor láctea se beneficia de la difusión de estas técnicas de conservación. Ya sea mediante la congelación estratégica para periodos largos o las prácticas de refrigeración diarias, el manejo adecuado del producto terminado garantiza la calidad organoléptica del queso. Implementar estos sencillos pasos no solo reduce las pérdidas para el consumidor, sino que también respalda el esfuerzo del productor y del industrial por ofrecer un alimento de excelencia.
Fuente: Para más detalles sobre los métodos de conservación del queso, consulta el artículo de El Universal.
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