Al campeón de lucha libre Bernarr Macfadden le encantaba la leche bronca y zambullirse en agua fría. Odiaba las vacunas y despreciaba la harina blanca, a la que llamaba “comida muerta”.
Su mayor enemigo después de la harina blanca era la Asociación Médica Estadounidense. Pensaba que la debilidad sedentaria del pueblo estadounidense era un crimen y que comer en exceso era perverso, pues escribió: “Difícilmente existe un hogar que no sea infeliz, en mayor o menor medida, por este hábito”, en un libro titulado “Strength From Eating ”.
Justo antes del prólogo de este libro aparece una fotografía del hombre musculoso flexionando su brazo venoso y escultural con la frase “yours for health” (para tu salud), escrita en la letra cursiva distintiva de Macfadden debajo de la foto. Macfadden era un genio de la autopromoción: comprendía que inundar los medios con sus ideas y su cuerpo escasamente vestido a través de tabloides, revistas y la radio era clave para difundir su evangelio.
Él pensaba que un cuerpo sano como el suyo era un cuerpo moral. Una persona podía protegerse de todo tipo de enfermedades mortales sin intervención médica, siempre que cuidara de su salud individual. Según una biografía de Macfadden titulada “Mr. America” de Mark Adams, “la vacunación, o como la veía Macfadden, la inyección innecesaria de gérmenes muertos en el torrente sanguíneo, era una locura”.
En el año 2025, millones de personas se enteran de las ideas de Macfadden por medio de influentes de la salud en redes sociales, pero él no pertenece a la era del internet. Nació en 1868 y podría decirse que fue el defensor más destacado de las prácticas sanitarias alternativas desde alrededor de 1900 hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Encontró puntos en común con políticos como Franklin Roosevelt y famosos de Hollywood como Rodolfo Valentino. Es imposible leer sobre Macfadden (que ya utilizaba el término “libertad médica” en 1920) sin pensar en Robert F. Kennedy Jr., nuestro nuevo secretario de Salud y Servicios Humanos y en el movimiento Hagamos a Estados Unidos saludable de nuevo (MAHA, por su sigla en inglés), conformado por bebedores de leche bronca, escépticos de las vacunas y amantes de las experiencias psicodélicas que se han reunido en torno a él.
Durante mucho tiempo, pensé que el movimiento MAHA era simplemente antiinstitucional. Pero esa explicación se desmorona al examinarla, porque el estamento médico lleva mucho tiempo abogando por aire limpio, agua limpia y un mejor acceso a alimentos sanos. Nunca he conocido a un médico que no haga hincapié en el ejercicio como hábito. Mucha gente ha señalado que a Michelle Obama le preocupaba la obesidad infantil tanto como a Kennedy y que utilizó su plataforma para animar a los estadounidenses a comer sano y mover el cuerpo.
Por supuesto que, en la mayoría de los casos, los escépticos de las vacunas simplemente están equivocados, y basan sus argumentos fracturados en estudios deficientes y desacreditados. Hacer hincapié en la falta de conocimientos científicos de Kennedy y en las demás contradicciones de la coalición MAHA contribuye en parte a desenmascarar sus amenazas. Por ejemplo: ¿Por qué creer en el poder curativo de algunos medicamentos respaldados por las grandes farmacéuticas, como la ivermectina, pero no en otros? Además, ¿por qué los seguidores naturalistas de Kennedy no lo critican por invertir en tecnología de edición genética?
No fue sino hasta que dejé de intentar resolver las contradicciones de Kennedy y su movimiento, y empecé a leer de historia, que comprendí el origen de su atractivo. Muchas de las ideas que promueve Kennedy están dentro del torrente sanguíneo estadounidense desde hace mucho tiempo. Pueden ir y venir en la cultura popular, pero nunca desaparecen del todo. El truco está en comprender por qué muchas de estas ideas son tan relevantes en este momento y este entendimiento es clave para combatir las nociones más peligrosas del MAHA.
Hagamos a Estados Unidos saludable de nuevo es un movimiento emocional, no intelectual. Se basa en el miedo al cambio cultural y tecnológico, y se rinde ante el carisma en lugar de la burocracia. Como explicó Shayla Love, de The Atlantic, en diciembre, MAHA les da a sus seguidores “una sensación de certeza, un medio para expresar su desconfianza, una creencia seudorreligiosa en lo ‘natural’ y una afirmación de los límites de la modernidad”.
También les da una sensación de control sobre su propio cuerpo y el de sus hijos cuando la fe en todas nuestras instituciones está por los suelos.
Otra repetición es un antídoto contra el caos
Macfadden no fue el único influente de la salud alternativa que alcanzó prominencia en el periodo comprendido entre la Reconstrucción y la Segunda Guerra Mundial, aunque puede que sea el equivalente más cercano de Kennedy.
John Harvey Kellogg, que fundó la empresa de cereales con su hermano Will, se convirtió en un nombre muy conocido. Kellogg, como Macfadden, era un experto en mercadotecnia y acuñó la palabra “sanatorio” cuando creó un spa moderno de salud en Battle Creek, Míchigan. También dirigió una revista popular de bienestar. Eso se debió a que “comprendía la necesidad de establecer y publicitar ampliamente un templo de salud, sanación y bienestar”, según narra el libro “The Kelloggs: The Battling Brothers of Battle Creek”, de Howard Markel.
Cuando hablé con Markel, que es pediatra e historiador, insistió en que habría elegido a Kellogg antes que a Kennedy “cualquier día de la semana”, porque Kellogg intentó impulsar el cambio cuando la vida estadounidense era realmente peligrosa y sucia. La esperanza de vida cuando Kellogg era joven rondaba los 40 años y la mortalidad infantil era elevada.
Aunque tanto Macfadden como Kellogg fueron figuras influyentes y magnéticas, la principal diferencia entre ambos es que Kellogg era un médico de verdad y realizó experimentos científicos reales en el “San” en un “conjunto de laboratorios para analizar todos los fluidos corporales posibles y la ingesta calórica de cada paciente”. También creía en las vacunas y fue uno de los primeros en adoptar medidas sanitarias en la atención médica antes de que se generalizaran. Tanto Kellogg como Macfadden fueron previsores en cuanto a los aspectos negativos de los cigarrillos, el alcohol y el consumo excesivo de carne.
La razón por la que ambos se abrieron paso en la corriente dominante fue su total seguridad en sí mismos y su voluntad de ir en contra de las autoridades establecidas para proporcionar una especie de consuelo a los estadounidenses durante un periodo de rápidos cambios médicos, sanitarios y culturales, el cual incluyó la pandemia de gripe de 1918.
En el tiempo en que ambos vivieron, se generalizó la pasteurización de la leche, lo que contribuyó a reducir la mortalidad infantil. La teoría germinal de las enfermedades infecciosas cobró fuerza, y se empezó a desarrollar una vacuna tras otra. La esperanza de vida aumentó más de una década (salvo el año del brote de la gripe española).
Mientras se producían estos cambios, la sociedad estadounidense también evolucionaba rápidamente. Se produjo una rápida urbanización y, en la década de 1930, el 60 por ciento de los estadounidenses vivían en ciudades. La primera ola de organización feminista culminó con la 19ª Enmienda y la “nueva mujer” liberada que desafiaba las estrictas normas victorianas. Hubo un enorme crecimiento de la inmigración, lo cual alimentó una gran reacción negativa.
Es probable que la última década les haya parecido cada vez más inestable a muchos estadounidenses, tal como lo fueron las décadas de 1910 y 1920 para los entusiastas de la salud alternativa de aquel entonces. Los jóvenes están cuestionando normas y definiciones de género que antes parecían grabadas en piedra. Los meses de aislamiento por la COVID y la reacción del gobierno ante la pandemia quizá se sintieron opresivos y empujaron a muchas personas a hacer búsquedas incesantes en internet que no han parado desde entonces. La tecnología avanza más rápido que nunca; los chatbots ya sustituyen la interacción humana, nos guste o no.
Según Natalia Mehlman Petrzela, profesora de Historia de The New School y autora de “Fit Nation: The Gains and Pains of America’s Exercise Obsession”, durante estos periodos de cambio vertiginoso, la gente vuelve a lo natural y premoderno. Pero también se hace hincapié en el autodominio. Cuando la sociedad se siente fuera de control, el cuerpo se convierte en un lugar de control, me explicó Petrzela.
Por decirlo en términos actuales: quizá no puedas impedir que la inteligencia artificial eclipse a la humana, pero siempre puedes hacer otra repetición, correr otro kilómetro u obsesionarte con saber si la fruta que les das a tus hijos está genéticamente modificada.
En periodos de caos, los líderes políticos persuasivos y autoritarios también adquieren cierto atractivo. Jules Evans, historiador y filósofo que ha escrito sobre Macfadden y Kellogg y cómo sus nociones de bienestar se inclinaban hacia la eugenesia, describió a Kennedy y al MAHA como un cambio que va de la autoridad burocrática de vuelta a la autoridad carismática, casi religiosa. Aunque el propio Kennedy tal vez no irradie el mismo carisma que el autodidacta Macfadden, el apellido Kennedy sí lo hace, y contribuye a reforzar su imagen de valiente revelador de la verdad que comprende cómo funcionan las élites y puede afirmar que sabe cuándo “ellos” te mienten a “ti”.
Kennedy lleva años pregonando sus puntos de vista alternativos, pero encontró un público más receptivo después de 2020. La opinión de los estadounidenses sobre la burocracia en la salud pública sufrió un duro golpe durante la pandemia, y la confianza en diversas instituciones se ha vuelto cada vez más partidista. Kennedy se posiciona como el baluarte entre las familias individuales y las diversas instituciones que pretenden coartar su libertad. Como explicó mi colega Ruth Graham en un artículo sobre por qué las madres cristianas que educan a sus hijos en casa son algunas de las partidarias más vehementes de Kennedy, él les ayuda a sentirse combatientes espirituales por la libertad. Graham señaló que estas mujeres a menudo comparten una cita que le atribuyen a Kennedy: “Lo último que se interpone entre un niño y una industria llena de corrupción es una madre”.
Combatir a los influentes con influentes
Aunque Bernarr Macfadden vivió hasta 1955, se quedó sin fuerzas en la década de 1940, cuando los estadounidenses se unieron en gran medida en torno al esfuerzo bélico y la medicina convencional tuvo tanto éxito que era mucho más difícil argumentar en su contra. Cuando se racionaban el café, el azúcar y diversas carnes durante la Segunda Guerra Mundial, “los compradores de revistas no necesitaban que un ordenancista les dijera qué debían eliminar de su dieta”, escribió Adams en “Mr. America”. Cuando un enfermo de sífilis podía simplemente tomar penicilina, ¿por qué iba a “vivir solo con agua de 10 a 14 días, seguidos de seis a ocho semanas de beber nada más que leche bronca”, que había sido el remedio recomendado por Macfadden?
No estoy segura de que los estadounidenses, en general, vayan a confiar más en las burocracias relacionadas con la salud en el corto plazo. La medicina de cierto modo ha sido víctima de su propio éxito: ahora gozamos de un nivel de buena salud que era básicamente inimaginable cuando Macfadden empezó su carrera. Cuando las expectativas sobre lo que la medicina puede ofrecer son más altas, es más fácil sentirse decepcionado, y es más fácil que se arraiguen tanto las críticas legítimas como las descabelladas.
Y el panorama informativo es radicalmente distinto del que había en la década de 1940. Las redes sociales son la fuente más confiable de consejos y noticias para muchos estadounidenses, sobre todo los republicanos y los jóvenes, y están dominadas por influentes cuya capacidad para hablarle directamente al público sobre los temas más íntimos no tiene rival. Por eso se van a requerir individuos con encanto para rechazar las peores ideas del movimiento MAHA. No pueden ser sustituidos por una autoridad externa; tienen que crecer orgánicamente y, de hecho, ya existen.
Una de mis personas influyentes favoritas en el ámbito de la salud es Jen Hamilton, enfermera titulada que tiene casi cuatro millones de seguidores en TikTok y un millón en Instagram. Maneja las preguntas sobre vacunas con empatía y gracia. Si algunos estadounidenses solo están dispuestos a escuchar consejos sanitarios a favor de las vacunas de una celebridad masculina con músculos abultados y una conexión con Kennedy, está Arnold Schwarzenegger, que tiene 26 millones de seguidores en Instagram.
Los estadounidenses siguen confiando más en sus propios médicos que en cualquier otro tipo de profesional o grupo sanitario. Tendrá que haber muchas conversaciones individuales entre las personas escépticas y sus médicos de atención primaria. Por desgracia, ya estamos empezando a ver brotes de enfermedades prevenibles mediante la vacunación en zonas del país con altos índices de exención religiosa a las vacunas, y estados republicanos como Luisiana están cancelando la promoción de vacunas.
Ahora mismo hay un brote de sarampión en el condado de Gaines, Texas, que “tiene una de las tasas más altas en Texas de niños en edad escolar que optan por no recibir al menos una vacuna obligatoria: casi el 14 por ciento de los niños desde el kínder hasta el duodécimo grado tuvieron una exención en el ciclo escolar 2023-2024, lo que supone más de cinco veces la media estatal del 2, 32 por ciento y supera la tasa nacional del 3,3 por ciento”, según The Associated Press.
Puede que algunas personas tengan que ver los efectos nocivos de los excesos del movimiento MAHA en sus propios cuerpos antes de darse cuenta de que han sido engañados y de que a muchas enfermedades no les importa lo bien que comas o cuán puro seas en lo espiritual o moral. No quiero que los estadounidenses (sobre todo los niños, que no tienen otra opción) tengan que aprender esa lección por las malas. Pero la cruda realidad, y el poder curativo de la medicina moderna, quizá sean los únicos antídotos viables para acabar con el pensamiento mágico
Este artículo se publicó originalmente en The New York Times.
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