El principal argumento de quienes desaconsejan el consumo de lácteos para la salud del corazón es su contenido en grasas saturadas, las cuales se asociaron históricamente con el aumento del colesterol y, por ende, con el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, investigaciones recientes pusieron en duda esta relación directa y resaltaron la importancia de observar los efectos de los alimentos completos, en lugar de enfocarse solo en sus componentes.
Un estudio publicado en The Lancet en 2018, que abarcó a más de 130,000 personas en 21 países, concluyó que el consumo de lácteos, incluso enteros, estaba asociado con un menor riesgo de enfermedades cardiovasculares y mortalidad.
Según este estudio, las personas que consumían dos o más porciones diarias de lácteos tenían un 22% menos de riesgo de padecer enfermedades del corazón que aquellas que no los consumían.
La clave, como con todo, radica en el equilibrio. Si bien los lácteos contienen grasas saturadas, también son fuente valiosa de otros nutrientes como el calcio, potasio, magnesio y proteínas, todos los cuales juegan un rol crucial en la salud del corazón.
Además, varios otros estudios demostraron que los lácteos fermentados, como el yogur y el queso, pueden tener un impacto aún más beneficioso, debido a los probióticos y compuestos bioactivos que se generan durante el proceso de fermentación.
Uno de los factores de riesgo más importantes para las enfermedades cardiovasculares es la hipertensión arterial. Afortunadamente, se demostró que los lácteos pueden ayudar a regular la presión arterial.
El Estudio DASH (Dietary Approaches to Stop Hypertension), uno de los más influyentes en nutrición y salud, demostró que una dieta rica en frutas, verduras y lácteos puede reducir significativamente la presión arterial, ya que el alto contenido de potasio y magnesio que se encuentra en la leche y en los lácteos, ayuda a contrarrestar los efectos del sodio y relaja las paredes de los vasos, facilitando el flujo sanguíneo.
Además, el calcio tiene un rol vital en la contracción y relajación del músculo cardíaco.
Si bien es cierto que algunos lácteos contienen grasas saturadas, es importante desmentir que todo consumo incrementa el colesterol y, por así el riesgo cardiovascular. Un metaanálisis de 2017 publicado en el European Journal of Epidemiology no encontró relación entre el consumo total de lácteos y un aumento del riesgo de enfermedades cardíacas o de accidentes cerebrovasculares. Incluso se observó que el consumo moderado de queso podría reducir ligeramente el riesgo de estos eventos.
En este contexto, cabe destacar que no todos los ácidos grasos saturados son iguales. Por ejemplo, los ácidos grasos de cadena corta y media, como el ácido butírico presente en la mantequilla, podrían tener propiedades antiinflamatorias que protegen el sistema cardiovascular.
El consumo de lácteos fermentados como el yogur y algunos tipos de quesos no solo aporta nutrientes esenciales, sino que también introduce probióticos en el sistema digestivo. Estos microorganismos beneficiosos han sido asociados con una mejora en la salud intestinal, pero su impacto va más allá.
Los probióticos pueden ayudar a regular los niveles de colesterol, lo que a su vez reduce el riesgo de enfermedades cardiovasculares, y aunque la investigación sobre los efectos específicos de los probióticos sigue en desarrollo, los hallazgos actuales son prometedores.
Pero más allá de los datos científicos, la leche y los lácteos también tienen un significado emocional profundo. Desde el momento en que nacemos, la leche es el primer alimento que recibimos, y está íntimamente ligada al amor materno. Este vínculo tan potente y ancestral hace que la leche sea tanto un nutriente, como un símbolo de protección y bienestar.
Un vaso de leche puede evocar recuerdos de la infancia, de momentos en los que fuimos amados y protegidos. Ese primer alimento que recibimos de nuestras madres nutría nuestro cuerpo, y también nuestro corazón. La leche es entonces, símbolo del amor puro, incondicional y natural, un alimento que conecta el presente con nuestras raíces más profundas.
Consumir leche y productos lácteos es una elección saludable desde el punto de vista físico, y una manera de reconectarnos con nuestro origen y con ese amor maternal que representa la protección y el bienestar.
La leche y los productos lácteos han sido injustamente cuestionados en relación con la salud del corazón. Sin embargo, la evidencia científica más reciente respalda su consumo moderado como parte de una dieta equilibrada y variada, mostrando que pueden tener efectos positivos en la salud cardiovascular. A su vez, el consumo de lácteos nos conecta emocionalmente con nuestros orígenes y con el amor materno.