El muestreo encontró que marcas conocidas como Lala deslactosada alcanzan precios de entre 25 y 37 pesos por litro en supermercados, un rango considerable que contrasta con los 20 a 26 pesos observados en tiendas de barrio, donde los pequeños comerciantes ajustan sus márgenes para atraer clientela local. Esta diferencia de precio refleja no solo estrategias de precios sino también estructuras de costos y poder de negociación de las cadenas de autoservicio.

El fenómeno pone de manifiesto un punto crítico para el sector lácteo: la percepción de que los supermercados deberían ofrecer precios más bajos no siempre se cumple en la práctica. En lugar de una lógica de menores costos por volumen, las estrategias de mercadotecnia y posicionamiento de marca en las grandes superficies parecen permitir márgenes más altos sobre productos básicos como la leche, afectando la asequibilidad para los consumidores urbanos.

Desde la mirada del sector productivo y de consumo, esta brecha de precios genera debates en torno a la eficiencia de las cadenas de suministro y el valor agregado que realmente aportan los intermediarios. El caso de Veracruz funciona como termómetro: si el producto lácteo, esencial en la dieta diaria, se encarece artificialmente en supermercados, la presión sobre los precios de venta al público puede desincentivar el consumo o presionar a los compradores a buscar alternativas más económicas.