Las vacas lecheras son particularmente sensibles a las altas temperaturas. El estrés por calor reduce su apetito, afecta su metabolismo y, en consecuencia, disminuye drásticamente la cantidad y calidad de la leche que producen. Además, la escasez de agua y la menor disponibilidad de forrajes de calidad por las sequías obligan a los productores de leche a invertir más en alimentación y manejo, mermando su rentabilidad y, en muchos casos, forzando el abandono de la actividad.

El impacto no se limita a la granja. La reducción de la producción lechera genera escasez en el mercado, lo que a su vez puede traducirse en un aumento en el precio de la leche y de los productos lácteos para el consumidor final. Esto afecta la economía láctea en su conjunto, desde las pequeñas granjas lecheras hasta las grandes procesadoras, e incluso a los mercados internacionales que dependen de la exportación e importación de lácteos.

Para hacer frente a esta realidad, la agroindustria y el sector lácteo están buscando soluciones innovadoras. Estas incluyen el desarrollo de razas de ganado más resistentes al calor, la implementación de sistemas de enfriamiento en establos, la gestión eficiente del agua y la diversificación de cultivos forrajeros. Los productores están adaptándose, pero se necesita un esfuerzo global coordinado para mitigar los efectos del cambio climático.